La pregunta por la utilidad de la antropología como escuela superior ha quedado lejos en los albores del siglo XX (1906) pero tiene una resonancia actual: el contexto de la reestructuración de las ciencias sociales en su dimensión pedagógica, educativa y social. Su escenario es el mundo actual, transido de lógicas contradictorias, inestabilidades, fluctuaciones, necesidades no resueltas, crisis recurrentes y salidas controvertiblemente airosas en el despropósito de reformular los sistemas a partir de transformaciones estructurales reiterativas. Las instituciones educativas tienen razones de ser en esquemas amplios de organización vital y el cierre de perspectivas a lo cualitativo o lo cuantitativo, como reducción política del conocimiento, no opera ya sino como el fantasma periclitado del criterio emotivista (a lo Hume) del espíritu analítico en el supuesto del control sobre lo natural.
Lo que vive la ENAH es otro capítulo del largo proceso de profesionalización de la enseñanza de la antropología, en medio del descrédito de su conjunto de disciplinas y todo su ecosistema de ideas, éticas y conocimientos para llevar a cabo actividades humanas valiosas de interlocución e intercambio, tan necesarias en las problemáticas de carácter local y global.
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