La noche los combinó en sus colores.
Un destierro redondo del país natal al país natal.
Nada grave otra vez.
Lo que siguió fue una caminata por la noche, luego de salir hosco y gastado de aquella casa blanca de dos plantas y demasiado "psycho". Después el camellón a oscuras con oscilaciones entre amarillo y verde.
Cruzado el puente. Andado la calle principal, fumado el último cigarro; la casa esplendió con un brillo como de ola nocturna y ella, encapuchada, abrió la puerta. Estaba sola. De nuevo terreno familiar, pero, ella allí en la puerta, esperando cerrarla y entrar, sus ojos, su olor; se hacía cada vez más difícil conceder crédito a lo conocido, como si se aplicara una película a los ojos, una película roja.
Caminaba a la cocina para llenar un vaso con agua escaleras abajo, la mirada en el suelo, luego: la alfombra y al final un espacio "libre" entre el librero y la pared. Uno de los varios sonidos del insomnio se filtró desde ese lugar: estuve unos segundos tratando de entender el bultito alado que ebullía con desesperación. Primero un horror injustificado se mezcló con la sorpresa; luego, una incapacidad en el ojo y al final un acercarse al suelo con la cara. Un insecto alado enredado con pelusa trataba de escapar desde el rincón más bajo (en donde se movía Capone). Había caído, quizá decidiosamente, en la seda de una araña.
El drama: una araña en el pecho del insecto y luego en su cabeza, apretando fuerte las alas, deslizandose por un costado y bajando de regreso a su punto inicial. Entonces recae la mirada en un personaje que hasta entonces habitó en la periferia, girando alrededor de un barco de juguete (cualquier caminante pudo haberse percatado de su desesperación).
- Quizá están ciegos, dijo ella con aire indiferente.-
- Es posible, respondí percatándome que no estaba solo.-
- Sí, porque andan dando vueltas y chocan con todo.-
- Y si lo salvamos...-
- Mm, usted.-
Tomé una hojita de papel e intenté separar el moscón de su atadura. En vano, así que decidí matarlo.
- Me lo gano por meterme donde no me llaman. Cómo me gusta el drama.- Me apresuré a justificar.
- No sé, igual yo los iba a matar cuando andaban allá arriba, encima de las repisas.-
- Bueno habrían muerto más rápido. Por eso la naturaleza es...
- Que bueno que existen las arañas.-
- ...sabia.-
- No deberíamos quizá intervenir en los procesos insécticos... Dije siguiéndome con cautela.-
- Sí, bueno - entonces esbozó una sonrisa leve -, si todos fueran como usted, ya nos habrían comido los gusanos.
Nada grave otra vez.
Lo que siguió fue una caminata por la noche, luego de salir hosco y gastado de aquella casa blanca de dos plantas y demasiado "psycho"
Cruzado el puente. Andado la calle principal, fumado el último cigarro; la casa esplendió con un brillo como de ola nocturna y ella, encapuchada, abrió la puerta. Estaba sola. De nuevo terreno familiar, pero, ella allí en la puerta, esperando cerrarla y entrar, sus ojos, su olor; se hacía cada vez más difícil conceder crédito a lo conocido, como si se aplicara una película a los ojos, una película roja.
Caminaba a la cocina para llenar un vaso con agua escaleras abajo, la mirada en el suelo, luego: la alfombra y al final un espacio "libre" entre el librero y la pared. Uno de los varios sonidos del insomnio se filtró desde ese lugar: estuve unos segundos tratando de entender el bultito alado que ebullía con desesperación. Primero un horror injustificado se mezcló con la sorpresa; luego, una incapacidad en el ojo y al final un acercarse al suelo con la cara. Un insecto alado enredado con pelusa trataba de escapar desde el rincón más bajo (en donde se movía Capone). Había caído, quizá decidiosamente, en la seda de una araña.
El drama: una araña en el pecho del insecto y luego en su cabeza, apretando fuerte las alas, deslizandose por un costado y bajando de regreso a su punto inicial. Entonces recae la mirada en un personaje que hasta entonces habitó en la periferia, girando alrededor de un barco de juguete (cualquier caminante pudo haberse percatado de su desesperación).
- Quizá están ciegos, dijo ella con aire indiferente.-
- Es posible, respondí percatándome que no estaba solo.-
- Sí, porque andan dando vueltas y chocan con todo.-
- Y si lo salvamos...-
- Mm, usted.-
Tomé una hojita de papel e intenté separar el moscón de su atadura. En vano, así que decidí matarlo.
- Me lo gano por meterme donde no me llaman. Cómo me gusta el drama.- Me apresuré a justificar.
- No sé, igual yo los iba a matar cuando andaban allá arriba, encima de las repisas.-
- Bueno habrían muerto más rápido. Por eso la naturaleza es...
- Que bueno que existen las arañas.-
- ...sabia.-
- No deberíamos quizá intervenir en los procesos insécticos... Dije siguiéndome con cautela.-
- Sí, bueno - entonces esbozó una sonrisa leve -, si todos fueran como usted, ya nos habrían comido los gusanos.