¿Escribir?





"... tratar de saber lo que uno escribiría si escribiera"








domingo, 20 de mayo de 2007

Los motivos del Peter Parker



La noche los combinó en sus colores.
Un destierro redondo del país natal al país natal.
Nada grave otra vez.

Lo que siguió fue una caminata por la noche, luego de salir hosco y gastado de aquella casa blanca de dos plantas y demasiado "psycho". Después el camellón a oscuras con oscilaciones entre amarillo y verde.

Cruzado el puente. Andado la calle principal, fumado el último cigarro; la casa esplendió con un brillo como de ola nocturna y ella, encapuchada, abrió la puerta. Estaba sola. De nuevo terreno familiar, pero, ella allí en la puerta, esperando cerrarla y entrar, sus ojos, su olor; se hacía cada vez más difícil conceder crédito a lo conocido, como si se aplicara una película a los ojos, una película roja.

Caminaba a la cocina para llenar un vaso con agua escaleras abajo, la mirada en el suelo, luego: la alfombra y al final un espacio "libre" entre el librero y la pared. Uno de los varios sonidos del insomnio se filtró desde ese lugar: estuve unos segundos tratando de entender el bultito alado que ebullía con desesperación. Primero un horror injustificado se mezcló con la sorpresa; luego, una incapacidad en el ojo y al final un acercarse al suelo con la cara. Un insecto alado enredado con pelusa trataba de escapar desde el rincón más bajo (en donde se movía Capone). Había caído, quizá decidiosamente, en la seda de una araña.

El drama: una araña en el pecho del insecto y luego en su cabeza, apretando fuerte las alas, deslizandose por un costado y bajando de regreso a su punto inicial. Entonces recae la mirada en un personaje que hasta entonces habitó en la periferia, girando alrededor de un barco de juguete (cualquier caminante pudo haberse percatado de su desesperación).

- Quizá están ciegos, dijo ella con aire indiferente.-

- Es posible, respondí percatándome que no estaba solo.-

- Sí, porque andan dando vueltas y chocan con todo.-

- Y si lo salvamos...-

- Mm, usted.-

Tomé una hojita de papel e intenté separar el moscón de su atadura. En vano, así que decidí matarlo.

- Me lo gano por meterme donde no me llaman. Cómo me gusta el drama.- Me apresuré a justificar.

- No sé, igual yo los iba a matar cuando andaban allá arriba, encima de las repisas.-

- Bueno habrían muerto más rápido. Por eso la naturaleza es...

- Que bueno que existen las arañas.-

- ...sabia.-

- No deberíamos quizá intervenir en los procesos insécticos... Dije siguiéndome con cautela.-

- Sí, bueno - entonces esbozó una sonrisa leve -, si todos fueran como usted, ya nos habrían comido los gusanos.

domingo, 13 de mayo de 2007






A propósito, qué sentido tiene hacer un blog puramente pensado para descubrir, luego de unos minutos que se sigue sin tener la más mínima idea del porqué se lo hizo y de si alguien lo leerá. Creo que la emoción de mi hermano al descubrir que el paracaídas y la ropa de su muñeco pueden quitarse del pulcro cuerpecito caucásico dueño de una pasmosa sonrisa e imaginar que puede caer vertiginosamente de un avión en lo alto olvidándose de su paracaídas es de una coincidente manera, cercana a la mía al iniciar este asunto de las lecturas colectivas, esa marañería de promesas y acusaciones enroladas en el no poco frecuente acontecimiento, decorativo o no, de proximidad entre los seres humanos.




Entonces aparece esta juntura que provoca la cascada (una retacería luego de otra), casi seducida por una línea que cae a pique y al rato se hace curva y se enconcha en lo que antes parecía real, ensimismada por un instante pleno de fascinación por uno al que afanosamente llamamos "The other", "El otro", "Ese culero"... que se sabe.




Es quizá por esa sutil razón que se convierta en un atrevimiento el clamar ahora por paracaidistas indiscriminadamente; sobre todo después de los mil doscientos metros que todavía quedan empecinadamente entre la tierra y este cuerpo que baja, como si de pronto los contrapesos arroparan esperanzadamente un ideal de decadencia compartido con que encarar su enemistad con la ingravidez y esta se volviera de pronto hacia el suelo, buscando entender su propia manía, quizá algun gesto en el rompecabezas que viéndose mas grave terminare por convencerle momentáneamente, quizá esa hoja seca que cae sobre la acera caliente derramada, porque esas hojas se derraman, por uno de los autos que camina por ahí.




El cuarto, ya limpio; la computadora, ya caliente y el soplo pesado de la certidumbre que causa escribir cosas que no tienen que ver necesariamente con una verdad sino con una bolsa que está destinada a parar caidas, o en suma, atenuar las consecuencias. ¿Será que no quiero pagar mi boleto por entrar al circo?

pesquizas y esquizofrenias