Venden por ahí, unas escobetillas para atar a la cintura. Con el vaivén propio del andar, pueden eliminar unos cuantos obstáculos del camino, si son colocadas de frente (sería fácil caer, si los pies son inquietos o disléxicos); sin embargo, si son colocadas hacia atrás del cuerpo, irán borrando las posibles huellas del andar, este es sin duda su tinte tenebroso. El precio puede ser alto. Tales escobetillas son inútiles para las personas que gustan correr por laderas y colinas, debido a que el vaticinio de un sentimiento de incomodidad, les asalta desde antes de comprar la escobetilla -¿y cómo se supone que correré?- A otros les resulta chocante, que una escobetilla, dibuje pendularmente un futuro inmediato para los pies y deciden, en el acto, echar a andar por caminos no trazados o inquietantemente trazados.
Pero hay otras personas que miran con anhelo e incluso, con impaciencia, la aparición en el mercado de la siguiente escobetilla, nueva y mejorada: para aceras de tantos centímetros de grosor, con el mecanismo-rotor más afinado... A ellos, les resulta un tanto incomprensible, que no las compren los viajantes de caminos sinuosos, y pensándolo bien, que 'aún queden' praderas o escarpadas montañas en las que no se distribuyan caminos y personas según las reglas de tránsito vigentes. Los fabricantes de escobetillas, son casi todos de la misma familia y se enorgullecen de sus abuelos, quienes fueron los primeros fabricantes de aceras y calles bien trazadas para los viandantes; de fábricas y de ese mecanismo casi perfecto que mide el tiempo siempre presente.